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¿Cómo es la muerte y el más allá para los musulmanes?

¿Cómo concibe la muerte un musulmán? Efectivamente, los musulmanes poseen una tradición distintiva frente al hecho de muerte. Con significados, modos y rituales específicos.

En primer lugar, cabría decir que la escatología islámica, referida a la creencia de una vida trascendente, se encuentra enraizada en las concepciones judaicas y cristianas. Una etapa que hace perdurable la existencia terrenal del hombre, dándole sentido. Es por tanto, que encontramos ciertos paralelismos entre estas tradiciones. Trataremos en otro momento de los rituales de enterramiento islámicos, que es donde pueden apreciarse unas mayores diferencias respecto a nuestra tradición católica.

Para el creyente musulmán, el bien morir es un “trayecto” que debe reflejar el modo en que nació y ha vivido. Es por tanto que este acto está estrechamente ligado a su concepción de una vida más allá de la terrenal. Para el musulmán, la muerte es fin del plazo concedido por de Dios al hombre. Pero no es el fin de su vida sino el puente a la vida eterna. Los musulmanes creen en la resurrección y el Paraíso. Por tanto, morir se convierte en un tránsito hacia un abandono, un reposo, una liberación en Dios. En este sentido, podemos decir que es esta creencia la debe prevalecer sobre la angustia ante el final.

En el Islam, Waft (del verbo tawaffá) significa muerte. Sin embargo, se emplea frecuentemente la voz pasiva “ser muerto” (tuwuffiya) para referirse al concepto de “morir”. Subrayan así la importancia de que el hombre es un ser pasivo, sujeto a la voluntad de Dios, que es quien pone plazo a la existencia (Aal). Como anuncia el Corán (29, 57): “toda alma probará el sabor de la muerte”. Sin embargo: “a quienes hayan creído y hecho el bien, hemos de alojarles en el Jardín, eternamente” (Qur., 29, 58).

Podríamos decir por tanto que, frente a la muerte como fin de la existencia, la contrapartida es el Paraíso (Anna). Una promesa hecha por Dios mismo al hombre que permanece fiel a sus preceptos: “éstos son los allegados a Dios, en los Jardines de la Delicia (…) en lechos entretejidos de oro y piedras preciosas (…) circularán entre ellos jóvenes de eterna juventud con cálices, jarros y una copa de agua viva (…) con fruta que ellos escogerán, con la carne de ave que les apetezca (…) como retribución a sus obras” (Qur. 56, 11-26).

Quizá, la manipulación de estas promesas, ha sido el bastión más recurrente en que se han apoyado aquéllos que fundamentan la violencia terrorista. Un discurso de la yihad contemporáneo, ideológico y violento, donde se inculca al prosélito la idea de que morir matando en un acto terrorista, garantiza de modo inmediato el acceso al paraíso. No pretenden estas líneas profundizar en el binomio muerte-violencia como discurso manipulado. En especial, porque sobre la Yihad y la violencia en el Islam ya se ha tratado de modo específico en otras ocasiones desde este medio.

Valga como conclusión el hecho de esta promesa de Dios a los hombres ante la finitud de su existencia. Un horizonte de esperanza, un paraíso que otorgue a sus vidas un sentido trascendente: “(…) Y no oirán allí ni vaniloquio ni incitación al pecado, sino una palabra: Paz” (Qur. 56, 11-26).

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