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Crimen de tráfico de personas

Por Carlos AYALA RÁMIREZ | UCA – El Salvador |

Otra vez, en un caso de tráfico de personas, 10 emigrantes murieron por asfixia y deshidratación cuando se movilizaban dentro del acoplado de un camión en Texas, Estados Unidos, y otros 31 resultaron con daños severos. De nuevo, el drama de hombres y mujeres, de jóvenes y adultos, que pierden su vida buscando salvarla. Una vez más, las consecuencias de una “elección trágica” (verse presionado u obligado emigrar), asumiendo los peligros y vulnerabilidades que supone un viaje en condiciones de indocumentado. Nuevamente, la noticia-espectáculo que ocupará los titulares y espacios mediáticos por un instante, para luego olvidarse del dolor y sufrimiento de las víctimas y sus familias. Y, sin duda, hoy también tenemos que reiterar que se impone la necesidad de ir a la raíz del tráfico de personas, que, según el papa Francisco, “representa uno de los más vergonzosos fenómenos que desfigura el rostro de la humanidad moderna” y uno “de los más proficuos negocios del planeta”. Se habla de que el tráfico ilegal de personas podría haber superado al de armas y drogas.

Según la Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada Transnacional, “el tráfico ilícito de migrantes es la facilitación de la entrada ilegal de una persona en un Estado del cual no se es nacional o residente permanente, con el fin de obtener un beneficio financiero u otro beneficio de orden material”. Según esto, el consentimiento y la transnacionalidad son dos rasgos propios del tráfico ilícito de personas. Es decir, en cierto modo, los migrantes se “deciden” por una opción que puede resultar trágica, pero que es preferible a lo que viven en su país. El tráfico ilícito es, por otra parte, siempre transnacional, implica el traslado a un país distinto (con mejores condiciones) al de origen. Asimismo, al igual que las víctimas de trata, las personas objeto de tráfico se ven obligadas a ponerse a merced de las redes criminales internacionales y se encuentran en una situación de gran vulnerabilidad y expuestas a todo tipo de vejámenes y maltratos.

A todo lo anterior agreguemos que durante el último siglo las naciones Estado se cuadriplicaron hasta llegar a casi 200, creando así más fronteras que cruzar, mientras que las reformas a las políticas migratorias han ido restringiendo cada vez más la migración. Recordemos, en esta línea, algunas de las políticas impulsadas por Donald Trump: levantar un muro, deportar masivamente, poner fin a las ciudades santuario, derogar leyes que protegen de la deportación, suspensión de políticas que amparan al emigrante, entre otras. No obstante, los migrantes continúan movilizándose en busca de oportunidades de subsistencia y para escapar a las presiones socioeconómicas y de otra índole que padecen en sus lugares de origen. Para hablar de nuestra área, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), cerca de 400 mil indocumentados centroamericanos cruzan cada año el territorio mexicano para llegar a los Estados Unidos, y en el trayecto, como es sabido, son particularmente vulnerables a la delincuencia.

Ahora bien, poniéndonos en la perspectiva de dar respuesta a esta emigración dolorosa, resulta muy útil considerar lo propuesto por el papa Francisco durante el foro “Diálogo parlamentario sobre migración en América Latina y el Caribe”. Ahí el papa destaca tres palabras que, a su juicio, invitan tanto a la reflexión como al trabajo. En primer lugar, “realidad”, esto es, determinar las causas de la migración y las características que presenta en nuestro continente. Esto implica, para Francisco, “no solo analizar esta situación desde la mesa de estudio, sino tomar contacto con las personas [ya que] detrás de cada emigrante se encuentra un ser humano”. En este sentido, advierte que “un análisis aséptico produce medidas esterilizadas; en cambio, la relación con la persona de carne y hueso nos ayuda a percibir las profundas cicatrices que lleva consigo, causadas por la razón o sin razón de su migración”.

En segundo lugar, “diálogo”: “La colaboración conjunta es necesaria para elaborar estrategias eficientes y equitativas en la acogida a los migrantes y refugiados”. Es fundamental “para fomentar la solidaridad con los que han sido privados de sus derechos fundamentales, como también para aumentar la disponibilidad para acoger a lo que huyen de situaciones dramáticas e inhumanas”. El diálogo, en fin, es propuesto como el medio para posibilitar el paso de una cultura del rechazo y la indiferencia a una cultura del encuentro y la hospitalidad.

La tercera palabra, “compromiso”Francisco exhorta a no quedarnos en el análisis minucioso y en el debate de ideas, sino a buscar y concretar soluciones. Para él, este compromiso pasa por establecer planes de mediano y largo plazo que posibiliten que las acciones no se queden en simple respuesta a una emergencia. Comprometidos para establecer prioridades como la integración de los emigrantes en los países que los reciben y la ayuda al desarrollo a los países de origen. Comprometidos en la tarea de combatir el tráfico humano. Hasta hora, comenta el papa, los esfuerzos se centran, principalmente, en la captura y deportación de migrantes y se presta menor atención a desmantelar los grupos delictivos organizados. Para revertir esta situación, Francisco propone tres acciones que comienzan con la letra “p”: prevenir el tráfico de personas (invirtiendo en la gente), proteger a las víctimas (acompañándolas, sirviéndolas, defendiéndolas) y perseguir a los criminales (estableciendo políticas contra el tráfico ilícito de migrantes y la trata de personas).

El hecho ocurrido recientemente en Texas, pues, donde la migración muestra de nuevo su rostro doloroso, reclama una respuesta humana, justa y fraterna.

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